El aspecto todo de la vida limeña revela la pobreza ó la estrechez. Para una capital de No hay teatros. La Exposición, con sus jardines y sus salas de artes y antigüedades, es un paseo espléndido pero desierto. De la guerra, se os contesta. La importación total durante el año de ha sido de 15 millones de soles, y la exportación de 12 millones: la diferencia se salda con liquidaciones, ventas, hipotecas usurarias.
Algunos gobernantes han recogido, en esas pobres cajas semi vacías, fortunas escandalosas. Hay hasta dos diarios que no carecen de cultura y buena intención: lo que se busca vanamente en sus columnas castizas, es el acento convencido, la protesta dolorosa é indignada del patriotismo.
En todas partes los versos pululan, de toda laya y complexión. El pensamiento anémico de un pueblo entero acaba de extenuarse bajo ese régimen de verdadero parasitismo pedicular. En Lima se siente ahora como una recrudescencia de la palabrería pedantesca y vacía.
El achaque es epidémico y crónico. El segundo es la marcada superioridad de la mujer sobre su compañero social: manifestación que parece también un signo de atavismo regresivo [98] propio de las razas envejecidas. No necesito decir que si, como materia de observación, ambos rasgos son interesantes y dignos de estudio, distan mucho de ser igualmente atrayentes. Permanecen allí como ilotas ó parias, aislados y rencorosos. Insensiblemente, van invadiendo como una lepra los departamentos del litoral y hasta del interior. Son buenos padres, excelentes maridos, laboriosos, económicos—y [99] sus mujeres viven felices.
He visitado dos veces el barrio chino de Lima; y acaso, después de conocer su colonia de San Francisco con sus teatros y bazares, vuelva sobre este tema curioso y pintoresco. Las cocinas apestan; las tostaduras de maní levantan el estómago.
Un silencio de sepulcro:—y contemplo horrorizado ese columbario de bultos humanos, sintiendo mi alma agobiada bajo un terror desconocido—con el estremecimiento de la duda y del misterio. Todos los viajeros han celebrado la belleza y la gracia de estas hijas del trópico; el brillo diamantino de sus ojos negros; la frescura claustral ó la mórbida palidez de estas flores delicadas, criadas en la sombra aunque nacidas al sol, y que prefieren al aire libre la media luz crepuscular de la iglesia y del salón.
Basta una sola de estas hechiceras para animar una tertulia de diez hombres, como basta un ruiseñor para un jardín. Hasta creo que ellas mismas lo prefieren así: devuelven el chiste, el epígrama, con una presteza y una soltura admirables.
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La palabra se escapa, como el volante de una raqueta, describe en el aire una curva graciosa y cae en el blanco sin vacilar. Triunfan, decididamente, en la sintaxis; pero sin rigidez ni esfuerzo alguno. Positivamente, son instruídas, letradas—y me ha parecido ver, en la punta de algunos dedos de rosa, una manchita de tinta. Y, con todo eso, altivas, enérgicas, conscientes de lo que en los días luctuosos [] debía hacerse y no se hizo; soberbiamente vengativas por las heridas nunca cicatrizadas de su orgullo patrio y la ruina de su grandeza nacional.
Todo esto lo saben los pobres vencidos de ayer: lo confiesan y reconocen con una ingenuidad que reemplaza todas las demostraciones Once more upon the waters! Entonces se vuelve encantador. La obligación —la misma palabra lo dice—es todo lo que liga al hombre, coartando su independencia y soberbia altivez. Pero, queden para mañana los negocios serios!
Las riberas del caudaloso Guayas se aproximan lentamente; piraguas afiladas, canoas y jangadas cubiertas huyen delante de nosotros, traqueadas por el violento oleaje de nuestra singladura. Hacia el nordeste, adonde vamos, lindas colinas arboladas se desprenden del claro cielo, desenrollando [] hasta la ría sus tupidos vellones de follaje. En breve espacio, casi sin transición, hemos saltado del alba al mediodía, del clima templado al tórrido, del dulce floreal al ardiente termidor.
Las casas sobre pilotes, con sus altos en desplome, se alinean interminablemente, confundiéndose con las balsas cubiertas que obstruyen el puerto, y remedan una pequeña Venecia tropical—sin historia ni monumentos. Encuentro una tienda obscura y estrecha, amueblada con un mostrador; un mocito con cara de terciana me vende una estampilla, y se retira tras de una mampara donde adivino un catre tentador. Casi todas las construcciones son de madera, desde las iglesias recargadas de florones y pinturas hasta las aceras de tablones escuadrados.
Me meto en un tramway vacío, tirado por dos mulas éticas que andan paso ante paso, respetando el descanso de su cochero y mayoral.
Las afueras de la ciudad se muestran ya invadidas por la vegetación tupida, espléndida, inquietante, que exubera y chorrea savia nutricia. En la penumbra de la nave rectangular, tres ó cuatro mestizas arrodilladas forman un grupo confuso tras de una joven que reza, con la cabeza envuelta en su mantilla.
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Rubia, fresca, de esbelta robustez, esta legítima flor ecuatoriana tiene el pelo de oro y los ojos azules de una wili, con la carnación divinamente transparente de la [] Santa Catalina del Correggio. Al cruzar la plaza, leo en una pared blanca, con letras enormes como de muestra comercial, el nombre de un diario guayaquileño, y recuerdo que traigo una carta de Lima para su director.
Falta una hora para levar anclas: aprovechémosla, puesto que viajo para instruirme. Con ella la nave nacional, bien ó mal orientada, seguía un rumbo fijo, en lugar de ser juguete de las olas embravecidas, como antes y después de la famosa Constitución de En puridad, nada tengo que reprocharme. Todo estaba pronto: provisiones, armas,—una colección de spencers, winchesters, etc. El enfermo, tendido en un banco sobre cubierta, no se movía: ya en camino, al parecer.
Desde la aurora estamos en pie—y no es mucho esfuerzo dejar cuanto antes el sudadero del camarote. Todo parece arreglado para seducirnos, hasta este privilegio de puerto franco, que nos ahorra el enervamiento del equipaje trastornado por la inquisición aduanera. La era de las obras del canal ha sido la edad de oro de esta provincia de Colombia, y, por rechazo, de todas las otras. Diríase el campo mortuorio de una poblacion entera. La excursión por agua, sobre todo, me ha impresionado, en el silencio y la paz melancólica de esa gran esperanza perdida.
El ingeniero en jefe que me acompaña no cree, naturalmente, que la partida esté perdida. Se preconiza hoy el canal de esclusas que se atacaba diez años ha. El inevitable Wyse demuestra ahora que es salvable y hasta utilizable la dificultad del río Chagres. El bief superior se alimentaría con las aguas de dicho río, almacenado en el valle central. No tengo opinión formada en la cuestión técnica. Por otra parte, si se encontrase el capital, es muy dudoso que el gobierno francés autorizara la formación de una nueva compañía, que no podría subsistir sino haciendo tabla rasa de la anterior.
El proyecto se estrella contra un doble non possumus financiero y legal. Luego vendría la cuestión internacional. Nadie sabe palabra de francés El material abandonado en la ribera, las lanchas inmóviles, las gigantescas dragas anquilosadas en sus posturas oblicuas: todo parecía aumentar el universal silencio, la sensación melancólica de soledad y abandono irrevocable.
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Los animales desalojados por los obrajes han reaparecido, y viven allí con toda confianza. Todo ha seguido ese giro científico. Hoy mismo, y para un transeunte como yo, la sensación de desorden y despilfarro persiste y domina el cuadro. Après nous le déluge! En París sólo han conocido el manipuleo francés: se ignora la tarifa local, la cuenta pasada por el patriotismo colombiano. Todo [] ello ha sido dicho y repetido al tanteo por Drumont y otros—por los mismos informes oficiales con bastantes atenuaciones. Pero algunos rasgos hay que no pueden ser tomados sino en el sitio, con el vivo color de la realidad.
Hace unos doce años, él caía en Lima, sin un cuarto, medio maquinista, medio vagabundo, y desertor por añadidura.
Mucho más que documentos.
Al fin, tuvo que fugarse de noche para salvar su interesante pellejo. El inmenso y magnífico hospital de la Compañía ha sido otro negocio, pero algo largo de contar. Aquello es [] realmente suntuoso, y por cierto que no exigían tanto los pobres calenturientos. No he experimentado sino en el Brasil, y acaso menos intensa, esta sensación casi embriagadora del esplendor vegetal. Con su media lengua tartajosa, estorbada por el bezo, y su perpetuo zarandeo, participa del niño y del cachorro. No así el indio: éste es triste y taciturno, como que lleva el peso de su mortal decadencia, de su degeneración creciente é invencible.
Éste representa la prueba malograda de un buen original; el negro es su caricatura. Por eso vive robusto, resistente, satisfecho de su condición, ahora lo mismo que antes. La pretendida sed de emancipación de los negros fué una merienda de blancos. Puro ó mestizo, el hombre de color untado de civilización adquiere un alma de mulato. Criada con soltura y lejos de las ciudades, la negrita joven es graciosa.
Delante de mí,—no demasiado cerca,—hay algunas monísimas, en su género. Una, sobre todo, compondría un [] bonito bronce policromo, enderezada y sosteniendo un candelabro al pie de la escalera. Hasta su collar de cuentas rojas es un hallazgo. El advenedizo Colón es franca y siniestramente vulgar. Los huecos del gran incendio reciente han quedado abiertos, como negros alvéolos de dientes caídos. No se encuentra una sola mujer en los portales—salvo negras: ninguna apariencia de familia, de hogar, en este campamento de mercaderes cosmopolitas.
Me describe el itinerario: tendremos quince días de navegación, tocando en infinidad de puertos imposibles, en Livingston, Belize, Progreso Tocan la campana para el almuerzo y me dirijo al comedor: un sudadero estrecho, con atmósfera y luz de sótano. El viajar es una escuela de filosofía. La existencia toda es una transacción entre la dicha absoluta y la desgracia completa.
Salvo dos ó tres días de mar picada, las noches eran magníficas. En sólo veinte horas de permanencia he logrado terraplenar esta laguna de mi educación. La posesión inglesa se revela en todos los detalles de la población, desde el aspecto reglamentario de las oficinas en la Court House y la amplia residencia del Gobernador, hasta el cuartel militar, los hospitales y los asilos: todo ello confortable, macizo, reglamentado.
En contorno del puerto, con frente al mar, las casas de comercio, los depósitos y barracas se levantan entre arboledas. Cruzo lentamente por las calles espaciosas, enarenadas, en que el carruaje se desliza sin ruido como sobre musgo. Entre las flores, en los céspedes de terciopelo, los niños juegan y rien.
En las veredas, en los umbrales, alrededor de las casillas de tablas invadidas por la vegetación y la humedad, los negros pululan: jamaiqueños robustos, trabajadores, militares y marinos que afectan ya la tiesura inglesa bajo el rojo capillo del soldado ó el casco de corcho del policeman. Salimos de la población y atravesamos una verdadera selva, por un camino umbrío y musgoso que me trae recuerdos de Fontainebleau.
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El silencio crepuscular es completo, imponente, religioso: tan absoluto, que un imperceptible rumor en la zanja vecina atrae mi atención, y diviso un enorme langostín azulado que arrastra en los juncos sus patas de lisiado. Me siento en el mirador que domina la calle. Lentamente, en largos rosarios silenciosos, los fieles se deslizan y ocupan los asientos. Abundan, naturalmente, las negras grotescas, con sombreros de flores y trajes de carnaval.
Aquí y allí, algunos negros cansados se acomodan para descabezar un sueño.